domingo, 26 de diciembre de 2010

Niño/Instituto/Ego/Cels/Primitivo/Párrafos¿?No,gracias...

No durmió en todo el trayecto. Escuchaba la misma canción, en silencio, susurrando su parte favorita: "This is a wasteland now..."

Allí estaba otra vez, en una gran ciudad en la que se sentía demasiado solo. Esta vez, todavía más. Era el funeral de Silvia. Sobredosis. "Se veía venir", pensaban la mayoría de los presentes. Sus padres y su hermana decidieron que se hiciera un acto cristiano. Posiblemente se estuviera revolviendo en su tumba. Él hubiera preferido esparcir sus cenizas por esa ciudad, o más bien, por el trozito de ciudad que ella le había enseñado con tanto entusiasmo, en una situación mágica, años atrás.

Cuando la habladuría religiosa acabó, se fue directo a la catedral. Contempló la vegetación interior. Ahora ya no le parecía tan interesante.
-Hola, niño.
Era Duna, su autoproclamado mejor amigo. Por desgracia, no era su alma gemela, algo que tardó mucho tiempo en aceptar. Como Silvia diría, Duna era un bohemio de los de antes. Un loco de pelo largo amante de la música. Había visto y sido muchas cosas.
-Hubiese preferido que tardaras un rato más en encontrarme, pero supongo que siempre viene bien verte.
Se abrazaron. Silvia era sin duda un nexo que los mantenía unidos, estaba por ver cómo cambiaría su relación a partir de ahora. Salieron fuera, y Laura se abalanzó sobre el niño. Vestía de manera provocativa (y se quejaba de las reacciones que provocaba), hablaba con demasiados decibelios, le encantaba cocinar y siempre se mostraba cariñosa. "Estúpida", pensó al instante. Silvia siempre opinaba que Duna y el niño se cansarían de ella precisamente por lo distinta que era de las chicas como Laura, tan exaltadas y alegres. En el fondo, o quizá no tan en el fondo, Laura veía ahora el camino mucho más despejado, sin rivales. Era la novia no oficial de Duna, y esa noche la pasaría con el niño. Quería que se olvidaran de Silvia lo antes posible.

Bar con música de fondo, sin nada especial. Ideal para una conversación en la que se pensaba más de lo que se decía. Duna no parecía realmente afectado, y eso enfurecía al niño. Laura no paraba de brincar y reir.

El tiempo en el local se les hizo eterno a los tres. Laura estaba ansiosa, Duna harto de la actitud del niño, y éste no miraba a nadie a los ojos, sino a todo el mundo.
-Amor no es un sentimiento, es una palabra.
Escuchar eso fue suficiente para que el niño se levantara y no abonara su consumición. Duna y Laura se besaron, se desearon un feliz rato, y se separaron. Laura agarró del brazo al niño en cuanto Duna se metió en el metro.

Llegaron a su casa. Él agarró su espalda, la puso contra su cuerpo y empezó a besarle el cuello mientras le desabrochaba el pantalón. El tiempo desde la última vez no pareció minar su confianza. Laura le agradecería eternamente esa noche de sexo. Cuando lo hacía con Duna, éste estaba más centrado en recibir placer que en darlo, y ella estaba algo cansada. Lo que el niño hizo con ella esa noche era justo lo que Laura necesitaba, desde el simple cruce de miradas hasta los juegos más prohibidos y satisfactorios. Sin embargo, él no disfrutó mientras se tiraba a Laura. Estaba ausente. Cuando ella le dijo que era suficiente, el niño volvió a sumergirse en sí mismo.

El escenario de su recuerdo era otra gran ciudad, una habitación de hotel. Silvia a su lado, dejándose acariciar, deseando dormir abrazados. Nunca llegó a más, pero él tampoco se lo pidió. Dormir cerca de ella no tenía precio. Probablemente fuera un amor auténtico, sin mancillar, sin estropear, sin contaminar, extraido del mejor sueño que tuvieron jamás.

Comenzó a reir como un loco. Ahora, ya no recordaba. La imagen de los simples ojos marrones de Silvia se traspapeló. Ahora, había una escena fundida en negro en la que sólo palpaba y sentía cristales rotos. Fuera a donde fuera.

-Te amo, Cels. Aunque sólo seas un niño. Nunca dejes de sonreir.