viernes, 3 de diciembre de 2010

En un mundo perfecto...

Aunque te queda genial gorro, no lo llevarás en este viaje. Huimos del calor del próximo verano hacia el norte, hacia mi norte. En el trayecto, la canción que más tarareas reza: "Do you remember when I told you..."

El acento no dejará de hacerte gracia hasta que nos vayamos. Mi delgadez y palidez seguirán siendo las de siempre. Un beso en cada esquina.

Primero te enseñaré los parques que cuidaba, contándote todas las anécdotas de jardinero adolescente en horario de trabajo que pueda recordar, desde amenazas de muerte a partidos de voley ball, pasando por inundaciones de carreteras. El tronco del olivo en medio de la nada te encantará, y nos dejaremos caer en la hierba con el sol a la espalda.

El siguiente paso natural en la ruta queda cerca. Uno de mis refugios seguros. Un pequeño puente bien armado y sólido por encima de vías, por el que nunca he pensado tirarme. Un buen lugar para la primera foto, que no habrá que esconder nunca. Estarás tranquila, y me pedirás un abrazo.

En casa, la música. Hay tanta, y tan distinta. Deluxe nos preguntará quién ahuyenta hoy los pájaros de nuestra ventana, y los dos entenderemos lo que Carla Bruni nos quiera contar, mientras hacemos la cena en la cocina. Habré mejorado en francés. En cuanto a dormir juntos, no hay nada nuevo que vayamos a descubrir. Así es ya diez de diez.

Otro país, otra ciudad, otra vida...pero la misma mirada felina.

Comer y beber es lo que los nativos hacen normalmente como un ritual de integración. En el barrio húmedo, por el día, te hartarás de comer patatas con salsa de queso. Los trozos de pizza, también de tapa, serán un buen segundo plato mientras nos bebemos un mosto a cada bar.
No me olvido del café, y creo saber dónde estará a tu gusto mientras yo tomo un batido gigante de fresa.

Atardece, y Gran Vía San Marcos es el mejor lugar de la ciudad para mirar al cielo en ese momento. No muchos ven los colores que se se pintan de repente sobre ellos. Rodeamos la plaza de la Inmaculada por su estrecha acera redonda, entre los setos y la carretera, para que yo pueda llevarme algunas hojas en las manos. Sólo cuando no vengan coches, cruzaremos para que veas lo que hay al final de la calle.

Con incienso y la bañera llena de espuma, nos abrazamos en el agua. Y te acariciaré como tú me acariciarías a mí.

Y por las mañanas, a correr. El río Bernesga no hará ascos al verme de nuevo recorriendo sus solitarios kilómetros, y estará encantado de que le haya traído un acompañante de tu altura. Te enseñaré la escalera de agua, mis bancos de la victoria; miraremos con supremacía el Mc Donalds del otro lado del río. ¿Un sprint final? Por las noches volveremos, pues los reflejos de las luces en el agua serán irresistibles para tu cámara.

Un viernes a medianoche iremos al Cool. El camarero me mirará mal, como siempre, y tú probarás por primera vez el "Tócame los huevos". Una mezcla aparentemente infernal de muchas bebidas alcohólicas en un vaso de cubata, que luego distribuiremos en dos vasos de chupito con un toque de limón. La gracia de todo esto es que hay que agitar cada chupito en el aire, taponado por una raja de limón, dando un golpe en la barra. Se retira el limón, se bebe, y vuelta a empezar. Te gustará el sabor, y estaremos algo borrachos cuando nos lo acabemos. Podemos ir a pasear por las murallas, agarrados y haciendo alguna ese, con la luna que toque.

Te nombraré un restaurante vegetariano, pero evidentemente iremos al italiano "La Bella Toscana", a por reservas que quemar en nuestras carreras.

Te daría el pequeño regalo que recibirás en otra fecha, y sonreirás por haberme acordado de él.

Me verás tocando la guitarra desde la puerta, y fingiré que no sé que estás ahí.

Estarás tranquila, en este mundo perfecto, con un beso en cada esquina.