viernes, 17 de diciembre de 2010

A mi tío Javi

Javi es el marido de Chus, la hermana de mi madre que me acogió a los dos días de que yo le diera unas ostias a mi progenitora, con el consiguiente catapultamiento de mi persona a la calle.

Los padres de mi tío son claramente clase alta de derechas, y su hijo no está ni muy inmerso ni muy alejado de las ideas del apellido Martinez.

Los Suárez, con más tradición de IU y CC OO, con mucho menos dinero y clase, siempre han mirado con recelo a la familia política con la que Chus se casó. Envidia, por la capacidad de respirar sin miedo a no tener dinero, y también porque no tienen taras psicológicas. Ni depresiones, ni pasado con drogas, ni intentos de suicidio. Los Martinez Suárez son sin duda todo lo que el resto de Suárez (s) queremos ser, y nunca podremos. Supongo que alguien de ahí arriba se enfadó con nosotros, pero le dio un poco de cancha a Chus. Eso sí, no ha dejado que se desvincule de su familia, lo que le ha traido horas extra encargándose de viajes a hospitales de familiares mayores, o criando al hijo de Merce (si bien es cierto que mi madre tiene lo que se merece, a mi hermana jamás le prestó tanta atención. Quizá algún día se lo reproche, si vuelvo a hablar con ella para algo).

Mi tío Javi fue quien me enseñó la costumbre de mear sentado, sobre todo por mi propio beneficio. Y es que también me enseñó a limpiar los dos baños de su casa con eficiencia regular.

Mi tío Javi fue quien me enseñó que cuando untas queso, luego tienes que limpiar el cuchillo. No puedes meterlo en el caviar sin más, y mucho menos chuparlo.

Mi tío Javi entró en la habitación de mi primo mientras yo tocaba la guitarra y me dijo que era hora de irme. Qué día tan jodido. Ojalá hubiera aprovechado el tiempo allí para ser autosuficiente. Pero como en todos los sitios en los que acabo, sólo hice lo mínimo. Mis hogares no son hogares, sino parkings.